miércoles, 18 de julio de 2007

So this is Goodbye, cuando no rifaba el celular. Por Victor Banda

100 Kilómetros por hora. Dejo atrás a la capital potosina con rumbo a la ciudad de Monterrey sin el mínimo remordimiento. El vidrio baja para encontrarme con un hombre vestido de verde que pregunta por un parabrisas sucio y ligeramente mojado. Tanque lleno nada más. No es posible que el olvido que me atormenta constantemente se ensañe con lo esencial del viaje, la música, discos que la noche anterior adornaban una repisa que recordaría el material elegido; Cold Play Sinfónico para los momentos largos y lluviosos, Hendrix para pintar de púrpura el estrés que poco a poco queda atrás, Café Tacuba con sus Flores para la buena vibra y Enanitos Verdes con su tienes que hacer lo que el corazón te diga. Viajar, eso es lo que me indicaba en un lapso donde mi mirada se encontraba en el cielo y mi boca maldecía a una memoria que siempre queda mal.

140 kilómetros por hora. Ahora un café me acompaña y una estación de radio que deseo volver escuchar próximamente. Apenas unas horas antes dejé los micrófonos para encontrarme con lo desconocido de una carretera, un saludo al aire me desea buena suerte y un celular que llama con el último mensaje del día. Todo es tan diferente cuando te encuentras mirando hacia al frente, perdido en la inmensidad de un horizonte que da la bienvenida con los brazos abiertos. Carretera Matehuala con sus animales por un lado no permite la locura al volante, Matehuala, tierra de sueños que se escoden en su pueblo y su nave parroquial, los mejores momentos de mi infancia. Aquellos años donde las calles empedradas eran la cancha perfecta para el fútbol y las posadas en Navidad, ahora son sólo recuerdos que paso de largo mientras canto una canción de Trío Los Moreno, una vieja melodía que pocos conocen.

160 Kilómetros por hora. Carretera Saltillo y el día lo permiten, un fin de semana que inició con un desvelo de los que se acostumbran últimamente, un sábado que pinta para bien pero que la ausencia de música lo hace tedioso por momentos. Pero siempre hay una solución para esos casos, cada caseta además de sus gorditas y burritos, siempre tienen un lugar más interesante que cualquier Mixup o Hitbox, un aparador cargado de clásicos de la kumbia y la norteña de todos los tiempos, es impresionante pero aún puedes conseguir cassettes de los Bukis y de Bronco. Encontré unas rolas de Tropical Panamá en CD y con portada original que no pude despreciar, otras más de Cornelio Reina y rematé con Chayito Valdés, pura calidad para continuar el viaje.

Tan sólo una sensación ligera de hambre me obliga a detenerme unos instantes con la señora de los burritos, Doña Juanita se llamaba, subo a la camioneta y mi hermano ya se había aplicado con los cafés, los de papa con queso son los mejores, bien guerreros la verdad y suficientemente llenadores para no detenerme hasta llegar a la sultana del norte. Es importante viajar siempre con el estómago contento y los oídos cargados de canciones durante el trayecto, unas pastillas de menta y si se puede un gansito para el postre.

Cornelio Reina fue el primero en avanzar, sin temor a equivocarme comencé a cantar una rola que hablaba de un viejo lugar y un viejo amor, toda una filosofía cantinera de penas y dolor, una verdadera maravilla del olvido y una entrada triunfal a uno de los reténes que abundan en la carretera Saltillo. El sol pegaba con todo en sus rostros, observan levemente la camioneta y nos dejan continuar con nuestro trip. Una bandera roja me indica seguir conduciendo mientras almaceno una fotografía mental de ese momento, cuando somos fuertes nos devora el temor de seguir cuando soy más débil, por qué no traje a Jumbo. Las fotografías dicen la verdad, aunque se guarden y se olviden, una carretera siempre te aleja de todo, descansas, sueñas, recuerdas, olvidas y siempre vuelves.

100 Kilómetros por hora. Monterrey a la vista, varias veces he recorrido sus avenidas que mis ojos van reconociendo el terreno y mi cuerpo siente el calor del norte. Un Eleven aparece para llenar de suministros energéticos las siguientes horas ya en la ciudad, una sonrisa se dibuja en nuestros rostros al momento de ver un señalamiento que nos llevaría al Parque Fundidora. Una llamada confirma el lugar donde vería a unos amigos para conocer las noches regias y espectaculares, según ellos las mejores y llenas de sorpresas. Créanme, después de lo que vi en el Parque Fundidora, ninguna sorpresa lo superaría. Cuelgo el teléfono. La Familia espera en casa. Viejos familiares reciben a este par de viajeros intrépidos y cansados, que una pizza, unas carta blanca, que cómo están los tíos, bien gracias, que un baño caliente, que cómo llego al Parque, y vámonos al Cirque Du Solei.

Las multitudes mal organizadas son molestas, estacionamientos saturados también lo son. Por aquí todo estaba a la perfección, bueno, tomando en cuenta que llegamos media hora temprano. Bajamos para encontrarnos con unas carpas no tan impresionantes como me las imaginaba, luces por todos lados y un ambiente mágico que ya se sentía en los primeros pasos por el lugar. Si la magnitud de la carpa no era tan alucinante, los personajes que te recibían en la antesala si lo eran; máscaras grotescas y alegres al mismo tiempo, colores por todos lados, cuerpos esculturales envueltos en telas desgarradas, sonrisas desquiciantes y felices. Un excelente preámbulo para después disfrutar de la función.

Compro una botella de agua y nos dirigimos a nuestros lugares, comienza el espectáculo que resumiré como el mejor circo que he visto. No hay detalles, eso lo dice todo. Dos horas, termina, sigo estupefacto, diversos jóvenes se amontonan a un asiento donde yo me encontraba, observo lo que pasa, un hombre de estatura mediana se levanta a un lado de mi asiento, pantalón de mezclilla, tenis y playera a rayas, calvo y con lentes de armazón negro. ¡Por todos los Beats del mundo carnales! ¡El mismísimo Richard Melville Hall!, sí, el bis-bis nieto sobrino de Herman Melville, el autor de la famosa pieza de la literatura de los Estados Unidos "Moby Dick". Simón, el pelonchas del beat delicado y guitarras fuertes, ritmos pegajosos y genialidad andante. Así es, estuve sentado 2 horas a un lado de Moby y yo ni en cuenta. Yo se que es una de las novencientasmilnoventaynueve cosas que no les interesa y mucho menos les cambiará la vida, pero Moby forma parte de mi fonoteca personal y me ha acompañado en los mejores momentos. Lo importante del asunto, lo que yo trato de dejar con este artículo, es que cambien su celular inmediatamente a Digital, en verdad, para todos aquellos que aún cuentan con un ladrifón y andan felices por la vida, pues no, desde hace mucho tiempo ya no la rifan, digitalizarse ahora es necesario en muchos aspectos, así podrán tomarle fotos a Moby si se lo encuentran un día en un circo y mandarlas vía mensaje a todos tus cuates o a tu mamá si quieres. La tecnología al servicio del hombre, globalización, enajenación, cómo quieran llamarlo, el que se queda atrás que limpie lo que se deja.

140 Kilómetros por hora. Ahora es el turno de Tropical Panamá y su Cuándo volverás amor, cuándo acabará mi pena. Me alejo de Monterrey con destino a San Luis Potosí, pienso que el viaje ha sido excelente y que mi memoria recordará sólo breves instantes. Nada de fotos, nada de video, solamente un saludo cortes de Richard y un regreso a casa con Chayito Valdés, sólo dices adiós.

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