lunes, 23 de abril de 2007

Un viaje...zote a chilangolandia con música pirata, Por Alberto Vizueth


Lo raro sería pensar que en una urbe tan grande como el D.F. no existiera tal diversidad de género, pero en verdad es muy impactante el bombardeo de sonidos que te llegan por doquier. Lo que intento hacer en este escrito es narrarles dentro de lo que es posible un día desde la llegada hasta la primera noche en la capital de los sonidos...

Y es que todo comienza desde que el autobús entra a la central, el conductor (o chofy como algunas personas lo nombran) por medio del sistema de audio, da el aviso de que hemos llegado a nuestro destino, México D. F. Agradece nuestra preferencia por la empresa transportista y nos desea una feliz estancia… y así al pisar tierra azteca daba inicio la travesía, la hora de llegada 3:00 PM (y con un hambreeee.)

Pero bueno, quién me manda ir confiado de que iba aguantar con el lunch que te dan al subir al bus, como sea ya me encontraba en el Distrito y lo primero que tenía en mente era apresurarme a llegar al centro pues tenía que alcanzar a los comerciantes para comprar unos encarguitos que me habían hecho, sin embargo en el lapso no se imaginan la cantidad de sonidos que pude captar, desde los típicos llamados de la chica mormada en la central “Tun, tuuun tun, Atención Z 5 se solicita su presencia en el anden principal” Hasta los cuates del metro que te venden una cantidad inmensa de CD’s y Mp3’s que van desde la discografía completa de Chico che hasta lo más actual de la música Pop por tan solo “10 varos”.

Al salir del metro, en el paradero de hidalgo, una estación antes de llegar a bellas artes inicia lo ácido del viaje, pues conforme vas saliendo del metro, se van saturando tus oídos con todos los puestos de discos, los gritos de los vendedores, los cláxons de los autos atorados en el tráfico, los silbatos de los oficiales de tránsito que contaminan más de lo que ayudan y por supuesto las voces de tantas personas que habitan allá. Por un momento el hambre me ensordeció al salir del metro y en lo que me ubicaba con eso de la orientación me encontré un puesto ambulante de comida china (han de pensar qué mamón soy, si voy a México pues lo que de rigor pude haber comido fue una guajolota o digamos torta de tamal, el clásico tlacoyo, alimentos de puestos ambulantes que pululan en el D.F.) pero pues ni pedo yo le entre al arroz frito pensando en que ni en china han de existir puestos de comida ambulantes como en esta ciudad, y por cierto estuvo con madres el arroz.

Después de haber comido me adentré a buscar los diversos encargos que me habían hecho y ahora si, sin hambre los sonidos regresaron y los comerciantes de manera impresionante te ofrecen una cantidad de piratería que sólo puedes encontrar en la capital chilanga, programas para PC, Mac y Linux, Juegos de video para todas las consolas, películas en vcd y DVD, videos musicales en el formato que quieras, cd’s normales y en Mp3, pero lejos de eso, está la madera de comerciantes que tienen y es que la manera de ofrecer dicha mercancía va desde los típicos gritos de mercado “pásale mi Güero cual buscabas” a las grabaciones más sofisticadas que repiten continuamente “Páseleee acérqueseee, todo de a tres varos, la pieza que le guste, la pieza que le agradeee, todo de a tres….”, y para no clavarme tanto estos cuates tienen hasta un top ten de los discos piratas más vendidos y el numero uno de esta quincena es el de el Gallo de Oro, me cae que hasta ya me gustan las rolas de Valentín Elizalde de tanto que lo escuché.

El camino de vuelta a casa de mis tíos fue un poco más relax, esta vez en el metro sólo me tocó un cuate que vendía la discografía de Valentín (la cual estuve tentado a comprar), los murmullos de algunas personas, los ronquidos de otras, el sonido que avisa que las puertas del metro se van a cerrar y las pisadas de los capitalinos que parece que siempre tienen prisa.

Llegué a casa de mis tíos, tome una merecida ducha y me dispuse a dormir, pero olvidaba algo. esta ciudad nunca duerme y los sonidos seguían llegando, apague la luz, me recosté, cerré mis ojos y cuando me encontraba conciliando el sueño, un silbato repitió en tres ocasiones su pitido, seguido de una frase que decía: “Hay tamaleees… lleve sus ricos tamales oaxaqueeñooos…”

Que bonito es mi México, pensé, sonreí y me dormí…